La escondida





Nunca se supo la verdadera causa de la desaparición de la escondida. En cambio quedó en el alma de todos nosotros un melancólico recuerdo.


Alguna de las anécdotas de aquel juego ingenioso de nuestra infancia puede ser recordada gracias a las notas de algunos jóvenes en el barrio del Palomar. Tal vez las generaciones venideras sepan apreciarlo y retomar el uso entrañable de la escondida, juego que hoy en día se encuentra en plena extinción.
Para el deleite del lector, estos son algunos apuntes que pudieron ser recopilados de aquellos bellos tiempos:






Cuaderno de Alan:


Mi primer amor


Un hecho en particular marcó mi infancia. Un domingo, luego de establecer con la rama más corta quien debía ser el que contara, Ana fué seleccionada.


Yo esperaba con ansias aquella oportunidad, teniendo en cuenta que Ana no se movía mucho de la Piedra, e iba a tener yo la ocasión de esconderme a solas con la nueva vecinita de la cuadra, la rusa Alexandra. Calculaba que por las piernas cortas de Ana, tardaría una hora en encontrarme a mi en la esquina.
Al grito de “Punto y Coma. El que no se escondió se embroma” Anacaminó unos metros fuera del radio de la Piedra, e inmediatamente retrocedió. Luego recuerdo hizo unos pocos metros hacia la esquina del almacén y luego se estancó en el lugar.


El cielo estaba despejado y se podía observar la luna llena y las estrellas esmeriladas. Había estudiado para la ocasión unas palabras para cautivarla. Recuerdo que la mire a sus hermosos ojos celestes y le dije:


¡Сегодня их более красивым, чем когда-либо ¡
(¡Que linda que sos!)
Ella se sonrojó y después de unos segundos respondió:
Вы также красивые
(Tú también eres hermoso)


Cuando me encontraba inclinado con la boca abierta y los ojos cerrados, un grito se abalanzó hacia nosotros:
“Pica para Alan y Alexandra que están por darse un beso”. Los demás gritaron “¡Sangre, sangre!”, mientras se acercaban para comprobar el hecho, arruinando nuestro nido de amor.


Nunca más vi a la rusa. Lo que si se es que mi vida nunca volvió a ser la misma.
A veces, cuando mi mujer se va de vacaciones con los chicos, aprovecho para volver al barrio y buscarla en el escondite, en su antigua casa, o preguntarle al registro civil si hay alguna novedad.








Cuaderno de Jonathan Larroude:




Un atardecer singular


En el barrio la mayoría de los chicos teníamos entre diez y quince años. Salvo un muchacho extraño. Ivan Kosteniuk. Tenía veintiocho años. Nadie sabía si era del barrio, ni quien lo había invitado a jugar con nosotros.
Lo único que sabíamos que era ingles, según comentaba Ana, que iba a un colegio bilingüe.
Iván era bastante extraño. En el tiempo que venia a jugar con nosotros solo lo escuché decir dos palabras: “Punto y coma” y “Sangre”. La pronunciaba en un tono neutro, como el que uno escucha en los noticieros de CNN.


En un atardecer de fin de semana, nos encontrábamos jugando, cuando se apareció este muchacho misterioso. Su parecer era más que llamativo: alto, flaco, de rostro rubicundo, nariz aguileña puntiaguda. Usaba unas largas botas estilo cowboy y en el hombro cargaba un mono.
Por medio de señas de pantomima le hicimos entender que habíamos empezado a jugar y que se escondiera cuanto antes.
Por cierto la mayoría de los escondites estaban ocupados, salvo uno: a mitad de cuadra había un palo borracho de enorme grosor. Hasta el momento nadie de nosotros había tenido el suficiente valor. Iván fue corriendo hasta el escondite, y en un abrir y cerrar de ojos desapareció de nuestra vista.


Marcos nos fue encontrando a todos hasta que por ultimo, para desgracia suya, se había olvidado de Iván. Pasadas las dos horas de búsqueda, decimos ir finalmente por el, y abrazarlo por semejante labor.
Nos acercamos de a uno al escondite, pero por sorpresa nuestra no respondía a nuestro llamados. Lo llamamos al principio Pudimos apreciar que el agujero bajo el enorme palo borracho era bastante profundo.


Registramos el escondite durante toda la noche con ayuda de nuestros padres y de los bomberos voluntarios del Palomar. Alguien comentó, cuando vinieron los medios de televisivos, que había un orificio que doblaba hacia un costado, que se comunicaba con las vías cloacales y que terminaba en las cercanías de Hurlingham.






Trascurrido una década del acontecimiento, Pedro creyó haberlo visto en plaza Italia vendiendo ballenitas. Alan dijo distinguir entre la multitud a un tipo de la misma estatura y rostro similar en la entrada del Luna Park haciendo música electrónica con un corcho. Supongo que el destino del hombre es como un calidoscopio.