Navidad


Cuando Papa perdió el empleo en el ferrocarril San Martín, nos dijo que aquel año (1894) íbamos a festejar la navidad como ninguna (otra) anterior. Y así lo fue.

En casa eramos como 9 (nunca me anime a contarlos) y muy pero muy pobres. E incluso compartíamos el cepillo de diente entre todos (nosotros). Solo recuerdo, no sin dificultad, a algunos de ellos:
Mi madre Pochenka, mi padre Leon, mis hermanas Davidenka, Jules y Torkiev. Ya olvidaba, mis abuelos: Natacha y Anatoly. Descripción de la casa.

Con mis hermanos admirábamos al abuelo por su jovialidad y carisma. Y sobretodas las cosas, porque nunca en su vida había laburado. Se ufanaba de las mujeres bellas que había conquistado en Europa, antes de exiliarse de la 2da guerra mundial, y de su cuerpo privilegiado por la raza siciliana.


Mis padres trataban de algún modo de disimular la pobreza(miseria) en la que vivíamos a diario. Con la escasa decoración de una antena sobre salamandra, a la que le colgaban bujías pintadas con temperas y látex.
(Tras el fallido intento de disfrazar a la disléxica tía Pochenka con hojas de eucalipto al cuerpo)

Pero lo que mas nos causaba admiración, era la comida que mi madre y la abuela Pochenka cocinaban con tanto amor y ternura: huesos que mi padre traía del cementerio de Chacarita que condimentaba con ensalada de yuyo, barro y brea y un leve toque de alcanfor o, en su defecto, talco ortopédico.
(condimentaba dulcemente con aceite de soja o, en su defecto talco ortopédico)

sin quejarnos masticábamos aquellos legumbres fibrosas, pastosas