Voces



Fue un domingo a la madrugada sino recuerdo mal. Estaba recostado en el sofá de la pieza, frente a la chimenea, cuando de repente escuché una tenue voz al oído:

“Las almas que vigilan el barrio de Palomar no trascienden la amabilidad del ser humano. Alicia tiene problemas de la cintura, solo un pequeño desajuste.”

Fue la primera vez que la oí. Empezó como un murmullo lejano y tumultuoso, luego se fue acercando hasta que estalló en un grito ensordecedor.

Nunca me animé a contárselo a nadie. Tal vez por vergüenza o por miedo a que me tomaran por loco.

Aquella noche no pude conciliar el sueño. Por algo en particular me recordaba a mi Tío Alberto, el ferroviario.




Un mediodía de otoño me encontraba reacomodando la pieza, cuando de pronto llamaron a la puerta. Fueron dos golpes secos y al hilo. Atendí .Era una señora robusta, de unos cuarenta años, pelo rojizo y ojos grises. Estaba transpirando y las manos le temblaban.
Se recostó sobre el sillón y, tras una larga pausa, me comentó que desde hace un tiempo tenía una extraña enfermedad que los médicos no lograban diagnosticarle.

Es cierto que yo ya había vivido unos episodios de percepción especial, como intuir sucesos que iban a producirse, o transmitir cierta calma a personas muy angustiadas. Como ocurrió…
Su situación me conmovió. Decidí contarle toda la verdad. Me observó a los ojos, desanimada. La acompañé hacia la puerta. Al llegar me observó a los ojos, con una mirada profunda y penetrante y me dijo: “Gracias Roberto. Gracias por escucharme”. Por costumbre, indagué “¿Su nombre, señora?”

Lo último que escuché fueron las trompetas de los vendedores de churros. Y allí me desmayé. No recuerdo más nada. “Alicia”, fue lo último que escuché.


Con dificultad lograron restablecerme. Todo parecía un sueño. Poco a poco fui recuperando el sentido y recordando desordenadamente los hechos.
Entramos nuevamente a la pieza. Le revisé la columna vertebral y le tiré el cuero. Se reincorporó como una equilibrista con una sonrisa de par en par. Era precisamente eso lo que tenía. Santo remedio..
“Nunca le podré devolver lo que hizo por mi”- mencionó al salir-



(Vecinas agradecidas. Mi fama)

“Su esposo lo engaña con su modista. Se ven en Plaza Devoto todos los martes a las cinco de la tarde. Su marido llega tarde a su casa con la bragueta abierta.”



Empecé por redecorar el taller del viejo: Compré unos sahumerios de arándano, discos de música hindú y por último coloqué un aviso en el diario:
Roberto “El Pacifista del Alma”. Apoyo psicológico y anímico. Consultas Existenciales.










(2da revelación. 2do cliente)

Por la noche me levanté sobresaltado, debido a un extraño ruido. Me acerqué con cuidado hasta apreciar un hálito de voz que me zumbaba los tímpanos:

“Hubo una vez un profeta, en el pueblo de Israel, que caminaba a lo largo del desierto en busca de divulgar la fe. A mitad de camino se perdió y cayó victima de la deshidratación. El muy pánfilo no tenía G.P.S”
La voz pareció alejarse pero mas tarde reapareció:



















(Perdida de la voz. Mi desesperación. Caos)